El gobierno se enfrenta a un camino lleno de obstáculos. La inflación regresó, el dólar se disparó y el superávit se esfumó. Los logros macroeconómicos están en entredicho. La economía real estalló, con quiebras en el sector agropecuario, empresas industriales y comercios. Muy pocas actividades resultan rentables, no hay inversión extranjera y cada semana alguna multinacional anuncia su salida del país.
El modelo de Milei pierde su atractivo y el desempleo se convierte nuevamente en la principal preocupación de los argentinos, tal como sucedía en la década de los noventa. Un menemismo sin dólares ni gestión política se siente como un tiempo acotado. Eso es lo que se observa, el tiempo se acorta. La pérdida de control sobre el Congreso refleja la mala gestión de las relaciones con los gobernadores. "No me dan nada, se quedan con fondos de la provincia y me arman una lista en contra, me están empujando a la oposición", expresa resignado un gobernador que hasta hace poco se consideraba un "aliado".
Este miércoles, a pocas horas de la sesión, esos gobernadores se reunieron en un Zoom. Mientras el Gobierno se hundía en el pantano de los comentarios de Toto Caputo a Fantino, que intentó ser un misil dirigido y terminó estallando en su cara, los gobernadores, ajenos a esa minucia, comentaban sorprendidos que frente a la inminencia de una sesión clave para la Casa Rosada, nadie los había contactado. Esta situación ilustra el momento actual: un Gobierno que critica a los medios vive obsesionado por lo que se dice en ellos y descuida la política. Y así les va.
La derrota fue contundente, pero lograron empeorarla. Transformaron una derrota parlamentaria en una grave crisis en la cúpula del Poder Ejecutivo. Que la vicepresidenta acuse a la ministra de Seguridad de su gobierno de haber formado parte de una "organización terrorista" es un exceso, incluso para la Argentina de Milei.
Si analizamos la situación más de cerca, se percibe una explosión en cámara lenta del mecanismo de control político libertario, que busca someter al otro, asfixiándolo económicamente, hostigándolo en redes y utilizando todo el manual de herramientas del bajo mundo de la política, pero aplicado con la sutileza de un colectivero en hora pico. Ese dispositivo que parecía temible comienza a revelarse como lo que es: un grupo de improvisados jugando un juego que les queda grande. Cuando el cambio de época los favorecía, parecían estrellas de la Premier League; ahora que las cuentas no cierran, se evidencian los errores.
Regresando a la política seria, Milei se dedicó durante un año y medio a mirarse en el espejo, extasiado. Mientras tanto, su hermana y los Menem fueron deteriorando la relación con los gobernadores, quienes soportaron una gestión que los obligaba a tragar sapos en cantidades superiores a lo habitual en la política.
Karina Milei persigue un sueño imperial que, al buscar una "pureza" libertaria -traducido como sometimiento total-, está logrando un milagro al revés: incluso si el armado resulta exitoso, cosechará menos de lo que ya tenía. Es decir, quema una hectárea para concentrarse en plantar algunas macetas.
Por ejemplo, tenía a la provincia de Corrientes entregada, pero eligió romper con el gobernador e ir tras una aventura electoral con el inestable Lisandro Almirón. Si les va muy bien, podrían conseguir un diputado nacional en octubre. A cambio, perdieron un gobernador y dos senadores nacionales, quienes ahora votan en contra del Gobierno. Y así sigue la historia.
En el Gobierno, existían dos líneas: una liderada por Santiago Caputo, que buscó reemplazar la falta de estructura nacional con acuerdos con los gobernadores, que pasaron a ser considerados "aliados". Pragmatismo: así como su tío alquila reservas, él alquilaba gobernadores.
La otra línea, encabezada por Karina y Milei, estaba cansada de tener que negociar, es decir, de hacer política. Y descubrieron el agujero del mate: tener a todos bajo su control. Esa línea prevaleció, con la ayuda interesada de los Menem, cuya empresa de seguridad experimenta una expansión inusitada. Santiago se convirtió en una víctima resentida, alejado de la mesa política, de la relación con los gobernadores y de la confección de listas. Con el poco poder que le queda, conspira contra el Gobierno, intentando que Karina comprenda que lo necesitan. Buena suerte con eso.
En medio de todo esto, la confrontación con los periodistas se intensifica, total, confían en las redes. Buena suerte con eso también.
Así, tenemos un gobierno que atraviesa una guerra interna en cámara lenta, sumada al deterioro del plan económico.
Milei, atrincherado, solo se atreve a bajar una línea: todo después de octubre. El cambio de gabinete, la devaluación, la reforma laboral, la discusión en el corazón del poder.
Atado a una extraña conclusión: si ganan la provincia de Buenos Aires, los planetas volverán a alinearse. Pero cuidado: primero, deben lograrlo. El cierre desangelado con los restos del PRO no transmitió mucha épica y quedó bastante afuera. Están los Passaglia y ahora una tercera lista que suma radicales, peronistas republicanos y lilitos.
Pero lo más importante: ¿dónde está escrito que ganar la provincia resuelve los problemas de un gobierno? ¿Que una vez alcanzado ese objetivo, bajará el riesgo país, llegarán las inversiones, se recuperará el empleo y se estabilizarán el dólar y las reservas? Si fuera tan sencillo, Macri habría sido reelecto caminando.
Es curioso cómo se presentan las cosas: un presidente que afirmó que solo le interesaba ocuparse de la economía, ahora apuesta a la política para resolver lo que no puede solucionar en el ámbito económico.